Juan Calderón Ángela Reyes Julia Gallo Jaime Alejandre |
Presentación de Juan Calderón a Ángela Reyes |
ÁNGELA REYES
EN LA TERTULIA DEL GRUPO LITERARIO TINTAVIVA
24 de Septiembre de 2012
No es la primera vez que tengo el privilegio de presentar a Ángela Reyes y cada vez que lo hago es un motivo de gozo para mí, no sólo porque podré ponderar a mis anchas sus virtudes, que no son pocas, sino porque tras la presentación llega lo mejor: escuchar su poesía. Esta gaditana, de Jimena de la Frontera, ha publicado, desde 1980, año en el que ve la luz su primer trabajo, "Amaranta", catorce poemarios, catorce joyas, que llevan como broche "Fantasmas de mi infancia" del año 2011, muchos de ellos premiados en certámenes literarios, como "Lázaro dudaba", premio San Lesmes Abad, en 1987, "La niña azul, Premio Villa de la Roda, 1991, "Cartas a Ulises de una mujer que vive sola", premio Leonor, 1992, entre otros muchos. He de confesar que éste último poemario que he citado ha sido durante años mi libro de cabecera, al que siempre he vuelto cuando he querido saborear buena poesía, esa obra que sabes a ciencia cierta que te va a poner en trance para crear tu propia obra. No sé si Ángela habrá seleccionado esta tarde algún poema de este libro para deleitarnos, pero por si ella no lo hace, me voy a permitir hacerlo yo.
ESTÁ MI TIEMPO ACOMODADO
entre el amor y el desaliento.
Cada día,
con la memoria más pequeña
y la mirada más pendiente de la mar,
atiendo la gangrena de esta casa
que se me muere
por donde ayer solíamos
entrecruzar las velas de la carne.
Ya no rezo,
no corrijo la arruga que va del labio al alma,
ni me sorprende si la mano izquierda enloquecida parte
allá donde declinan las palomas.
Todo está por hacer:
desde morir
hasta plegar tu traje que de tanta quietud
se queja de la nuca.
Todo viene bajando por mi espalda
como río que parte hacia lo oscuro,
y quedo sola
sin la vejez de tus zapatos,
sin el olor a sal de tus axilas,
sin tu abrigo muriendo en el perchero.
Quedo sola, como mujer de la fotografía,
con la raya del pelo bien trazada,
la blusa haciendo frente al tiempo-sepia
y en los párpados
y en la boca
dolorida la música que cantan los ausentes.
Como podemos comprobar en estos versos, Ángela, no es solamente una extraordinaria poeta, es primordialmente una magnífica contadora de historias. En todos sus poemarios hay mucho de esta afirmación. No es su poesía un torrente del propio vivir de la autora. No suele conducirnos por las veredas de sus sentimientos. Ángela tiene la habilidad de colocarlos en los labios de otros personajes, y así mostrar sus vivencias sin exponerlas directamente.
Su actividad como novelista y cuentista tardó un poco más en aflorar, pero una vez que lo hizo no tardo en depararle tantas satisfacciones como la poesía, pues su sólida obra narrativa también recibió galardón tras galardón.
Y yo me pregunto una vez y otra vez: ¿Por qué no están los libros de Ángela en los escaparates de las mejores librerías, por qué no ocupa páginas en los medios de comunicación? No seré yo quien diga que Luis García Montero es mal poeta, ni mucho menos, pero les pregunto a todos ustedes ¿Es peor Ángela Reyes?
Me gustaría recrearme un poco más en los entresijos de la obra de Ángela pero, como lo que todos estamos deseando es escuchar a nuestra invitada, ya no les canso más con mis reflexiones, sólo resaltar su dedicación a la difusión de la poesía desde 1980 a través de la Asociación Prometeo de Poesía, creada por su esposo, Juan Ruiz de Torres. Y ahora les dejo con la voz y la poesía de Ángela Reyes.
Juan Calderón Matador
POEMAS DE ÁNGELA REYES
LA CASA VIEJA
Vuelvo a la puerta de la casa
con los recuerdos que me acusan
hace tiempo. Recorro cálidos
rincones donde el llanto surge
como bufón desnudo y triste.
Alguien me busca tras los cuadros
que mi madre colgara. Alguien
me roza con un dedo antiguo
-húmeda huella en la mejilla-
y pone voz a mis zapatos.
De las alcobas surgen sombras,
voces que desde ayer me llaman
del arambol de la escalera,
oscuras voces junto al fuego
rememorando a los ausentes.
Oh, casa de los padres, donde
nació mi altura, germen blanco
que maduró el peciolo eterno
de aquella flor que fue mi infancia,
perdida herencia, dulcedumbre...
Mas nada existe sino el rostro
amarillo de los espejos,
vida enquistada en el armario
grande, y ojos que nos vigilan
desde el vasar de la despensa.
De Labio de hormiga, 1985 (con Juan
Ruiz de Torres).
En playa-Alicia
el mar lleva por dentro su paisaje.
Y hoy,
que yacente dejamos tu blancura,
será mejor decirte
que el mar hará de ti su aldea.
Hará de ti la casa
a donde acuda para vivirte lentamente
y no querrá deshabitarte,
niña, -la del cabello azul,
con la vida tan breve
que apenas cupo en un abrazo-,
no querrá,
ahora que aprendió a dormirse
abrazado a tu rostro.
Ahora que al llamarte
tú vienes con las trenzas hechas
y tu cuerpo sonando a ruido de agua.
De La niña azul, 1991
DEBERÍA CERRAR LA PUERTA DE LA CASA,
plegar los párpados
y el alma revestir en duelo
cada vez que en la noche
oigo cantar a un hombre.
Como aquellas mujeres que en la playa ignoran
el abrazo del mar,
debería talarme y no oír su canción.
Pero me duele tanto
el aire enrarecido de la alcoba,
este ir convirtiéndome en huerto abandonado,
que me incorporo
y me desnudo lentamente
al compás con que giran las estrellas.
Y le amaría porque le siento respirar,
inquietarme los límites del labio,
porque hacia él me curvo
-tan carne estremecida-
mujer con un temblor medianamente joven en su pecho.
Le amaría ahora
que tengo la costumbre de olvidarte,
de acomodar el sueño por la almohada
sin que me duela tu partida;
ahora que en las noches canta un hombre
y en mi cuarto me invento su calor,
invento
para mi piel de viuda
la mano que adormece mis tobillos.
De Cartas a Ulises de una mujer que vive sola, 1991
NO SERÁ ENTRE TUS OJOS
donde yo vaya a construir mi nido,
pues temo que una noche
la bruma conventual,
el dorondón de tu mirada
decidan desahuciarme.
Tampoco entre tus labios,
aunque me aguarde
el pan caliente de tu aliento.
De tu cuerpo, que tanto amo,
renuncio a visitar la playa de las ingles.
¿Qué sería de mí junto al puma de sal
siempre rugiendo y puesto en pie?
¿Quién vendría a salvarme del reflujo
y de los bajamares de tus piernas?
Pero, dime, ¿y si cayera hondo,
donde el añil y el cobre
dan altura a tu pubis dulcemente marino?
Quiero para vivir la calle de tu frente.
No me importa que en ella llueva
ni que la oscuridad me obligue
a encender un farol
cada vez que decida ir a tu encuentro.
Me gusta perseguir esa cincha de luz
que por tu rostro parte muy despacio.
Lleva tu misma delgadez,
esa forma de andar, cayendo hacia adelante.
Sólo en tu frente soy feliz
-guardián de mis aljibes-,
porque el claror del día sabe a hombre,
tiene un regusto a albahaca masculina
y al respirar te siento
como arroyo crecido
que baja enfebreciendo mis veranos.
De Carméndula,
2000
Ese reloj de arena, tan canalla,
te ha dejado sin rosas de Japón.
Ahora eres dulce otoño
donde la lluvia
se aparece entre sueños
y te ahuyenta los perros de azafrán.
Y en ese estado de ángel deprimido,
prometes que serás la menta mas salvaje
que sazone mi vida.
Despierta ya, mi triste galeote.
Si el reloj te cantó las cinco en retirada,
¿cómo podrías ser la arena movediza
que encendiera mi pecho?
Olvida, que ya es hora,
aquellas viejas artes de amor y cetrería
que en las noches de luna
en esta playa te enseñaron
las buceadoras de coral.
De No
llores, Poseidón, 2008
Intervención de la escritora Ángela Reyes |
Intervención de Jaime Alejandre |
Público asistente
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